Informe
Las visualizaciones de Kairoi son mucho más que herramientas de análisis: conforman una constelación simbólica y dinámica sensible que busca dar voz a la diáspora, traduciendo sus respuestas en lenguajes visuales que combinan lo personal, lo colectivo, lo afectivo, lo estético y lo territorial. Lo que aquí se representa son proyecciones de futuro tejidas con memorias del pasado e interpretaciones del presente. En el contexto colombiano, donde coexisten múltiples cosmovisiones y formas de entender el tiempo, Kairoi se abre como un espacio donde la paz no avanza de manera lineal, sino que se curva, se repite, se interrumpe, se renueva.
Cada gráfico —la imagen colectiva, el índice de esperanza, los horizontes de paz imaginados, el mapa de la diáspora y de los territorios de origen— ofrece una entrada única a este proceso complejo de imaginar horizontes futuros: el intento de representar lo inasible, de dar forma a lo que aún no existe pero se desea, se teme o se recuerda. Son imágenes de lo posible, modeladas por una diáspora que piensa el país desde la distancia, con cuerpos situados en otras geografías, pero con vínculos persistentes a sus lugares de origen y sus formas de recordar.
Este reporte se sostiene en una estructura metodológica basada en indicadores cualitativos de paz. Estas dimensiones —como la convivencia, la justicia territorial, la relación con la naturaleza, la gobernanza, los afectos y los símbolos— se expresan a través de palabras, elecciones visuales y fechas futuras que brotan de experiencias vividas y percepciones situadas. Son datos que reflejan sensibilidad, historia y proyección.
En conjunto, estas visualizaciones construyen un lenguaje visual expandido que hace legible la complejidad de imaginar futuros desde la distancia. Revelan patrones sutiles entre subjetividades, resonancias emocionales que se transforman en trazos, datos y ritmos compartidos. Permiten ver cómo lo íntimo se vuelve colectivo, cómo la memoria y la proyección se cruzan, y cómo las geografías se reconfiguran desde el recuerdo y el deseo. Esta constelación visual funciona, en esencia, como una cartografía afectiva del futuro: un espacio de escucha gráfica donde los imaginarios migrantes adquieren forma, temperatura y espesor simbólico.
Al ofrecer esta escucha visual, Kairoi resalta la importancia de dar lugar a las voces de la diáspora colombiana en la construcción de futuros compartidos. Cada participación es una forma de presencia situada, una imagen proyectada desde la distancia que aporta matices, memorias y modos distintos de imaginar la paz.
Estas visualizaciones no solo revelan cómo se piensa el país desde fuera, sino que abren un espacio para reconocer esa mirada como parte del tejido más amplio de los procesos de reconstrucción y reimaginación de un horizonte compartido.
En última instancia, esta constelación visual propone un modo de escucha: una forma gráfica de atender a los imaginarios migrantes, de registrar su presencia en los procesos de paz, y de abrir un espacio donde los futuros, lejos de ser abstractos, adquieren forma, ritmo y temperatura.
Imagen colectiva
La imagen colectiva de Kairoi es una composición visual en constante transformación. Se construye a partir de los aportes individuales de quienes participan en la plataforma: cada imagen generada por inteligencia artificial —basada en las respuestas de una persona— deja una huella visual que se integra en esta gran representación compartida.
No se trata de una simple suma de imágenes, sino de un paisaje en evolución, donde los fragmentos individuales se mezclan, se superponen y dialogan entre sí. Esta imagen no busca representar una verdad única sobre la paz, sino capturar la diversidad de formas en que la diáspora colombiana imagina el futuro del país.
Cada nueva participación modifica la imagen colectiva al final de cada día, haciendo visible lo que cambia, lo que persiste, lo que se repite o se desvía. Es un retrato vivo de una memoria migrante que no se detiene, una especie de cartografía afectiva de futuros posibles.
Índice de la esperanza
El Índice de Esperanza es una medida simbólica que busca capturar el tono emocional de las respuestas proyectadas por quienes participan en Kairoi. No es un dato frío ni un porcentaje técnico: es un termómetro afectivo que refleja cómo se siente, desde la diáspora, la posibilidad de una paz futura en Colombia.
Este índice se construye a partir del análisis de los textos generados y las fechas proyectadas: palabras que expresan confianza, anhelo o posibilidad elevan el índice; aquellas marcadas por el escepticismo, la duda o la desesperanza lo hacen descender. Así, la esperanza no se calcula: se modula.
Lo que ofrece no es una certeza, sino una atmósfera colectiva: un pulso emocional compartido que varía con cada nueva participación, revelando patrones, tensiones y estados de ánimo que atraviesan la distancia, la historia y el deseo. Medir la esperanza aquí no es anticipar el futuro, sino tomar el pulso a cómo una comunidad dispersa sueña, teme o confía en lo que vendrá. Es, en sí misma, una forma de reconocer el deseo como dato, y el anhelo como indicador social cualitativo.
Medir la esperanza es importante porque permite entender el deseo como forma de conocimiento social. Allí donde las encuestas tradicionales registran hechos, opiniones o comportamientos, el estudio de la esperanza abre espacio para escuchar lo que aún no existe, pero se desea. No se trata de imaginar el futuro como un ejercicio de evasión, sino de leer emocionalmente un presente que se habita entre la incertidumbre, el duelo o la espera.
En contextos atravesados por el conflicto armado, la migración forzada o el exilio prolongado, como el colombiano, la esperanza no es ingenua ni decorativa: es un indicador profundo de cómo una comunidad percibe su capacidad de transformación, de cuidado mutuo y de reconstrucción. Donde hay esperanza, hay todavía vínculo; hay todavía un "nosotros" posible, aunque fracturado.
Estudiar la esperanza hoy es urgente, porque vivimos en tiempos donde el futuro se percibe cada vez más como amenaza, y menos como promesa. Analizar cómo y cuándo las personas proyectan un futuro de paz y qué emociones acompañan esa proyección permite leer las condiciones emocionales de posibilidad de una transformación social duradera.
Es también una apuesta metodológica y epistemológica: convertir un estado emocional difuso en un dato relacional, cultural y colectivo. No para simplificarlo, sino para legitimar su valor como parte del diagnóstico de una sociedad en transición.
Medir la esperanza, en suma, es una forma de tomarse en serio la imaginación como herramienta política. En el caso de Kairoi, es una manera de reconocer que la paz no es solo un acuerdo firmado, sino una expectativa vivida, modulada por la distancia, la memoria y la experiencia cotidiana de quienes, aún fuera del país, siguen imaginando que otro futuro es posible.
Horizontes de paz
Este gráfico muestra la distribución de los años que las personas participantes imaginaron como posibles para alcanzar una paz plena en Colombia. Cada barra representa cuántas personas proyectaron un mismo año.
Más que una cifra, esta visualización revela la diversidad de temporalidades que conviven en la diáspora: futuros cercanos, lejanos o inciertos, que reflejan distintas formas de relacionarse con la historia y con el futuro del país.
Estos horizontes no son pronósticos técnicos, sino pulsaciones afectivas y situadas, marcadas por la memoria, la experiencia migrante y las expectativas personales. Al observar su forma, es posible intuir cómo la paz se espera, se problematiza o se posterga, según el vínculo que cada persona mantiene con su pasado y con lo que aún no ha llegado.
Desde una perspectiva metodológica, este gráfico articula una dimensión clave de Kairoi: la exploración del tiempo como experiencia subjetiva y social, donde cada fecha funciona como una unidad simbólica situada. El tiempo —su duración, su ritmo, su alcance— aparece aquí como un campo de tensión emocional y política.
Esta visualización invita a pensar la paz no solo como un destino, sino como un intervalo proyectado: un relato hecho de años y latencias, un relato colectivo sobre cuándo podría llegar. Un relato que muestra cómo, desde la distancia, la paz se construye también como expectativa compartida y como pregunta aún sin respuesta.
Mapa de la diáspora
Este mapa muestra los países de residencia actual de quienes han participado en Kairoi. Más allá de su valor geográfico, traza una cartografía de presencia emocional: señala desde dónde se sigue pensando a Colombia, incluso cuando se vive lejos de ella.
Cada punto marca una voz situada, un cuerpo migrante que aporta su visión de paz desde otro contexto. Lo que aquí se visualiza no es solo dispersión: es también continuidad simbólica, una red transnacional que mantiene vivos los vínculos con el país de origen a través de la memoria, el deseo y la imaginación.
Esta geografía no responde a fronteras políticas, sino a territorios afectivos, donde la distancia no borra el vínculo, sino que lo transforma. Así, este mapa permite visualizar cómo la diáspora colombiana coexiste en múltiples temporalidades y lugares, y cómo, desde esas coordenadas, contribuye a reimaginar la paz como una experiencia compartida, aunque fragmentada.
Además de mostrar dónde están quienes participan, esta visualización también plantea desde dónde se sueña un país distinto. La mirada migrante no solo recuerda: también proyecta, compara, interpela. El mapa convierte esa mirada en una capa visible, reconociendo a la diáspora como agente activo en la construcción simbólica, política y emocional de futuros posibles.
Este mapa no delimita una frontera: expande una conversación.
Territorios de origen
Este mapa muestra los lugares de origen en Colombia de las personas que han participado en Kairoi. Más allá de un dato demográfico, revela la dimensión territorial desde la cual se construyen muchas de las memorias, emociones y proyecciones que atraviesan el proyecto.
Cada punto señala un lugar que persiste en el recuerdo: un territorio que ha sido habitado, dejado atrás, evocado o transformado. En ellos se condensan historias particulares, vínculos familiares, experiencias culturales, vivencias migratorias y memorias complejas, hechas de pérdidas, aprendizajes, rupturas y continuidades.
Estos lugares no solo marcan un origen geográfico: funcionan como anclas simbólicas desde donde se sigue pensando a Colombia. Permiten comprender que los imaginarios del futuro no emergen en el vacío, sino que están enraizados en paisajes, afectos y trayectorias que configuran lo posible y lo deseado.
Mostrar estos territorios permite también intuir la geografía profunda del conflicto colombiano: no solo por la violencia directa, sino por las desigualdades estructurales, el abandono territorial, las brechas sociales y la exclusión histórica que han moldeado el destino de millones de personas. Aunque las razones de migración son diversas, muchas de estas trayectorias están habitadas por formas de silencio, desconfianza o reserva frente al conflicto. No siempre se narra, pero está presente: en el desplazamiento, en la decisión de partir, en lo que se evita contar o se guarda, en lo que se imagina con cautela.
Este mapa invita a reconocer esa diversidad territorial de sentidos, donde lo personal y lo colectivo, lo vivido y lo proyectado, dialogan desde la distancia con el país que aún se sueña, se recuerda y se reinventa.
Un territorio no es sólo un lugar de origen, es también un latido que marca el tiempo de lo posible.
